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jueves, 17 de julio de 2014

CONFESIÓN: De cómo me convertí en adicto.

De cómo me convertí en adicto.

Y por fin encontré a uno de ellos. Vivía cerca de mi casa, sin yo saberlo éramos vecinos, por lo que cada dos por tres nos podíamos haber encontrado en cualquier parte. Entablamos una corta conversación, más de cortesía que otra cosa, aunque la aproveché para tratar de averiguar cosas que ignoraba.

Me sorprendió la dirección que de inmediato tomó la charla al preguntarle por su familia. Varios de sus hijos ya no estaban en casa, ya se habían emancipado, habían emprendido su propio vuelo, quedaban los más pequeños y su mujer, una dulce mujer, dijo. Al interesarme por ella me dijo que me conocía, aunque yo no tenía el gusto, y que de vez en cuando trataba de visitarme pero no siempre con éxito. Una lástima porque es, decía, especial, diferente, bella, estilizada, de largas piernas, curvas superfemeninas, hermosa, de aspecto muy seductor. Me preocupa que haya transformado el trabajo en pasión, lo que me hace pasar muchas noches sólo, pensando dónde estará, con quién, le irá bien, alguien la dañará?

A menudo, un par de veces por semana, sin importarle si es día o noche, aunque prefiere la noche, se va a visitar a vecinos cercanos. En ocasiones mira a ver de qué forma puede introducirse con sigilo en sus habitaciones, otras en sus cuartos de baño, allí disimuladamente camuflada, casi imposible de distinguir observa a sus objetivos en su desnudez y decide. Es rápida y certera, ellos ni siquiera vienen a darse cuenta pero en un instante los tiene listos para dar rienda suelta a sus creativas fantasías. Sí, lo ha convertido en una auténtica fantasía que la agota. De madrugada, cuando regresa a casa, está casi irreconocible. Quiere retirarse a descansar pero antes busca el apareamiento conmigo no sin antes contarme con pasión cómo le ha ido la noche. Hoy ni lo se, hoy lo he repetido tantas veces como mi cuerpo me ha permitido, esta noche ha sido una de las mejores, llegar a ese punto máximo de placer me agota, descanso un momento y repito, y repito, y repito… se que lo tengo a mi absoluta disposición y puedo hacer con él lo que quiera, eso me provoca, me incita, me enciende, me apasiona, me excita…

Desde ese día de la conversación con Aedes la busco noche tras noche por los, creo yo, mejores escondrijos de la casa. También mientras me estoy cambiando para acostarme miro disimuladamente por mi habitación.

Anoche sí, anoche vino.  Aunque no se dio cuenta la descubrí y queriendo ponérselo fácil acabé acostándome desnudo y con tan sólo una fina sábana para cubrirme. Apagué la luz. Al momento oí el fino y sensual sonido con el que comprobaba si ofrecería resistencia o si ya estaría listo para seducir. Pocos segundos después el silencio, traté de no dormirme para averiguar qué ocurría, entré en un estado de duermevela, y a los instantes comencé a sentir una suave y cálida presencia, un cuerpo se estaba arrimando al mío, la cercanía era cada vez mayor, me estuve quieto, muy quieto, para no entorpecerla, para que disfrutase. Comencé a oir un susurro y a los instantes un jadeo, en un momento había llegado a la culminación, al éxtasis, al climax, a las convulsiones supremas de su acto. Silencio total. De nuevo jadeos y suspiros profundos. Silencio total. Le dejé hacer aunque finalmente me quedé dormido. No cabía duda, era una gran profesional de la fantasía. Le dejé hacer tratando de comprenderla, pensé que, si para ella hacerlo era toda una necesidad, sería preferible que disfrutara con su trabajo, y… además había que facilitarle las cosas, era la mujer de un amigo.

A la mañana siguiente me desperté con un pequeño y molesto grano en la espalda que me producía picor, recordé todo y recordé el placer con que me había estado trabajando, magnífico y sensual trabajo que bien valía un rato de las molestias que me estaba poduciendo unas horas después. Ella, una vez más, había conseguido lo que había salido a buscar.

Desde entonces ya es habitual encontrarme esos incómodos granos en cualquier parte de mi cuerpo. Todas las noches miro al techo y paredes de mi habitación por acostarme o no vestido. Si no está ahuyento a las demás con alguno de los sprays o pastillas que tengo preparados para esos casos.


Son muchos los días en que viene a verme y yo la dejo hacer. Me cuesta reconocerlo pero creo que me he convertido en adicto a sus sensuales picaduras.


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