Me encontraba yo esta mañana haciendo la cola para comprar
la longaniza de Sant Nicolau, patrón de los marineros, de los niños y de los
alumnos, porque soy de los que piensan que las tradiciones hay que mantenerlas
y si hay que cantarlas se cantan, porque las cancioncillas populares venidas
por la vía de la tradición, vete tu a saber dónde nacidas y crecidas aunque
desde luego no con insana intención, y si la circunstancia actual de nuestra
ciudad ha cambiado respecto a años atrás pues no vamos a estar cambiando
nuestras tradiciones según quien venga, tampoco los que llegan cambian las
suyas por nosotros. Es curioso observar que en esta nuestra tierra, al menos en
esta pequeña parcelita nuestra, si una persona de otro hablar te pregunta te
sientes “como obligado” a satisfacerle en la lengua suya, aunque sea usando
cuatro infinitivos que conoces… También hay quien en esta época de ciencia
divulgada se sabe todos los idiomas y puede responder utilizando la tecnología
digital, es decir señalando con el dedo los objetos referidos en la cuestión y
vocalizando mucho en nuestro idioma para que el extraño lo pueda entender
mejor. A veces me parto de la risa, otras veces me da tristeza porque quien
tiene que solucionarse éso es el llegado y no nosotros, aunque es seguro que ya
lo sabía de antes de salir de su lugar de origen… y creo que de hecho lo saben,
pero quizá forma parte de la diversión con los españoles ver cómo, sin saber ni
una palabra, tratan de hacerse entender. Pues no es así, está bien tratar de
ayudar… pero no está bien entrar en lo ridículo. Cuando yo he preguntado algo
en mi lengua me han respondido, si me han entendido, en la suya y si ven que no
lo entiendo me lo repiten con otras palabras y si ven que sigo sin entenderlo
han pedido excusas en su idioma y con una sonrisa, eso sí, me han dejado con
mis dudas. Todo esto venía a que si hay que “menjar llonganissa ja que
menjar-la”. Hace unos años quise recuperar fotográficamente la tradición
escolar del día de Sant Nicolau en que, acompañados de nuestros maestros y de
nuestras flamantes espadas de madera, hechas para la ocasión por algún
carpintero amigo de la familia las mejores y con medios caseros las demás,
hacíamos excursiones, a pie claro, al puerto, a la playa, al rio Mijares, a la
bota, y sitios así, y allí, entre batalla y batalla, nos comíamos el bocadillo
de llonganissa, de la especial del día, enorme, que nuestras madres tan
amorosamente nos habían preparado con la ilusión de que no se perdiese la
tradición, y me encontré con un grupito escolar que había hecho lo dicho. Me
acerqué y pedí permiso a los maestros y maestras que les acompañaban para saber
si habría inconveniente en que tomase unas imágenes de “la excursió de Sant
Nicolau”. Tras celebrar un, más o menos, cónclave entre ellos y tras
preguntarme cual era la finalidad, me expresaron sus dudas pues en dicho grupo
de infantes los había de diversas procedencias y que, por experiencia, no a
todas sus familias les podía parecer bien, porque hoy por mucho menos que eso
te montan cualquier complicación. Ante tal situación opté por facilitarles las
cosas y batirme en retirada sin tomar fotos. Respetable pero cómo ha cambiado
nuestro país, ni para bien ni para mal, no entro en eso, sólo que cuánto ha
cambiado.
Y a qué venía esto? Ah sí. Resulta que mientras estaba
haciendo la cola me fijé en una morcilla de cebolla que no tenía aspecto de
tal, su tamaño, el de una persona de mediano tamaño, allí en la cola y que por
su extremo frontal superior se asomaba a todas luces una cara. Me quedé
mirando, me faltaba que me saltase en la memoria la ficha de esa cara,
mediática, conocida, y finalmente caí en la cuenta y me acerqué a él. No, por
favor, no me delates, estoy de incognito haciendo un encargo para la realeza,
todos los años comen vuestras “llonganisas”. Ahhhh, está en todas partes el
Pequeño Nicolás, que por cierto date por felicitado en el día de hoy.